Llega un momento en las maratones cinematográficas en las que el Reportero de Prensa de raza, el que ama este género y acude por pasión, pierde la noción del tiempo. La ingente cantidad de fotogramas no impide que nos sintamos mal en nuestro interior... mal por abandonar nuestras responsabilidades familiares, apartar el trabajo y para colmo, sentirnos mal por no ser capaces de cubrir todo FANCINE. Me explico. Uno intenta ver todas las películas de Concurso, reflejar algo de cada Sección y si se puede, nombrar otros eventos como los Conciertos de Bandas Sonoras, los premios de cómic y relato y demás. Imagino que esta pequeña epifanía iniciática al que acude para reseñar otros Festivales como Molins, Sitges, Fantasporto o vaya usted a saber; me gusta pensar que somos como El Héroe de las Mil Caras de Joseph Campbell... partimos del Mundo Ordinario a realizar nuestra misión (Llamada a la Aventura). Nos encontramos anualmente con nuestras mentoras (la organización de Fancine) y cruzamos el Umbral Simbólico (La Sala de Cine). Nos enfrentamos a las Pruebas o Sesiones Maratonianas y obtenemos nuestra recompensa espiritual para luego volver con el Elixir (las reseñas) y renacer / resucitar nuevamente al siguiente año.
Dentro de esa parte iniciática está la PRUEBA SUPREMA. Todo lo que sabemos de cine o nos gusta, todos nuestros recursos y nuestras habilidades quedan sumidas por la duda en lo que me gusta llamar SÍNDROME DE LA PARRILLA MELLADA. Me explico; es imposible estar en todo, imposible estar en todos los encuentros con los realizadores y no dejarte alguna película de concurso. Imposible no desviarte de tus planes trazados cuando te arrecia la jaqueca o no sientes las piernas. Imposible incluso en ocasiones dialogar con las personas si el cansancio te ha pegado fuerte; no es la primera vez que me noto hablar con un discurso obnubilado que parece llegar de lejos y noto la voz pastosa y el pensamiento al ralentí.
Sin embargo DISFRUTAMOS COMO CONDENADOS. Cuatro películas discurren en un abrir y cerrar de ojos. Comemos y dormimos mal, escribir no sé ni cómo escribimos (no me da tiempo a repasar ortográficamente los textos) y siempre esa maldita sensación de que inexorablemente te has dejado algo importante atrás. Tememos defraudar a la organización del Festival, tememos traicionarnos a nosotros mismos, tememos que termine y que pase algo que nos impida volver al siguiente año. Pero oigan, a pesar de todo somos FELICES.
Somos MANADA. Somos LEGION.
1978 (Nicolás Onetti, Luciano Onetti / Argentina; 2024)
Durante la final de la Copa del Mundo entre Argentina y Holanda, en tiempos de plena dictadura militar, un grupo de torturadores irrumpe violentamente en un domicilio y secuestra a unos jóvenes para llevarlos a un centro clandestino de detención. Lo que comienza como un interrogatorio inhumano, se convierte en un verdadero martirio.
Estoy intentando recordar alguna película de los Onetti que me haya marcado o dejado algún tipo de recuerdo y la triste realidad es que ninguna. Incluso tengo el DVD original de Francesca (2015) que se subiera al carro del Neogiallo y de su famosa Los Olvidados (2017) no me queda nada grabado en la recámara. Así que afronto esta 1978 con cautela... inicio potente, buenas interpretaciones (dantescas y añejas como corresponde) en una claustrofóbica y buena ambientación... hasta que se descubre la trama.
En el preciso momento en el que se destapa el telón, la película gira hacia un trasfondo sobrenatural / sectario (siento el spoiler) absolutamente gastado de tanto usarlo ya como recurso. El maligno y sus invocaciones no se salva de la quema ya ni aunque lo metas en plena dictadura y la misma noche de la final de la Copa del Mundo entre Argentina y Holanda. Es curioso pero se me viene a la cabeza una y otra vez la cinta turca de culto Baskin (2015) quizás por eso del giro / bisagra radical en su guión y su despliegue gore in crescendo pero claro, en Baskin es virtud y en 1978... bueno, en 1978 no sé lo que es. Tras unos interesantes 20 primeros minutos, floja flojísima e intracendente y mire usted que soy devoto del cine Argentino.
The Soul Eater (Alexandre Bustillo, Julien Maury / Francia, Bélgica; 2024)
Dos policías se ven obligados a unir fuerzas para descubrir un siniestro complot sobre la desaparición de unos jóvenes de un pequeño pueblo de montaña, así como una serie de muertes brutales que sacan a la luz una antigua leyenda sobre una criatura diabólica.
Poco o casi nada voy a añadir yo aquí a la excelente carrera de Bustillo / Maury. Lejos queda ya Al Interior (2007), así que los realizadores están ya en toda su plena madurez creativa. Alejados del terror extremo francés (del que todavía conservan algunas micro moléculas), su anterior cinta La Casa de las Profundidades me pareció excelente, claustrofóbica y malsana así que mis expectativas eran altas con The Soul Eater. ¿Qué es lo que me ha parecido?... pues tengo que digerirlo un poco más. Hay partes de su enrevesada trama de `hombre del saco´ que me convencen, y otras que no (lo de la droga está metido con calzador, laringoscopio y colonoscopio). La factura técnica es impecable y el dueto interpretativo del belmondiano Paul Hamy (el año pasado lo tuvimos presente en Fancine con Rien Ni Personne) y Virginie Ledoyen que está algo fría en su papel de `policía atormentada que se parece a Cristina Ricci´.
Como thriller criminal se acerca a cosas como Los Ríos de Color Púrpura y con curiosas concomitancias de trama con El Hombre de las Sombras (2012) de Pascal Laugier, cuya trayectoria inicial iba en sus inicios bastante unida en estilismo a Bustillo y Maury pero si hay algo que me parece todavía más sorprendente, es su similitud con los policiacos daneses, suecos o finlandeses. Esa manera de tratar la maldad y cómo está presentada en pantalla me recuerda horrores a las series detectivescas nórdicas y su desenlace todavía más. Es por eso que tengo sensaciones muy encontradas con una película que sorprenderá a quien guste de productos muy bien masticados y regurgitados, pseudo comerciales y demás, pero que a quien esté bastante curtido lo va a dejar algo frío. Por tanto para mí es un notable bajo.
Kryptic (Kourtney Roy / Canadá, Reino Unido; 2023)
Kay sale en busca de Barb Valentine, una criptozoóloga que desapareció mientras buscaba al monstruo Sooka. En su búsqueda se dará cuenta de que está inexplicablemente unida a la criatura a la que está persiguiendo.
Debut a la dirección de Kourtney Roy tras una impresionante carrera como artista y fotógrafa que os invito a buscar. Alucinantes sus portfolios de fotografías que estoy seguro harían las delicias de David Lynch. Por cierto, algo del cine de éste aflora en este batiburrillo de Krytic donde se juegan con las identidades, los saltos temporales y las leyendas urbanas. Muy buena la fotografía en esos entornos canadienses rurales de caravanas y cowboys alcohólicos que dan tanta grima, y con esos impresionantes bosques que te sacan el alma.
Kryptic recuerda un poco a las road movies oníricas de bajo presupuesto que se marcara Calvin Reeder con The Oregonian y The Rumbler (2011 y 2013 respectivamente). Su protagonista, la curtida ya Cloe Pirrie, da una de cal y otra de arena con momentos mágicos y otros algo vacuos, cosa que no me extraña nada con el caos de montaje y ritmo narrativo que maneja Kourtney Roy (para mí desacertadamente). Con todo, el bajo presupuesto a veces funciona y se hace virtud dándole esa ligera pátina extraña del cine de culto a Kryptic. Llena de subcapas, si te dejas llevar es un triposo caleidoscopio de mini episodios memorables pero si desconectas un segundo, es difícil volver a flote.
Una pequeña empresa de lucha libre acepta un encargo bien pagado en una ciudad apartada. Allí descubrirán, demasiado tarde, que la comunidad está dirigida por un misterioso líder de culto con planes tortuosos para su combate.
Tremenda vacilada la que se ha marcado Lowell Dean (Wolfcop y Another Wolfcop) con una carismática panoplia de personajes de Serie B y secundarios de lujo como Chris Jericho, Steven Ogg o Michael Eklund. A los que somos de la generación del videoclub, Humor Amarillo y el Wrestling de Tele5 esto es todo un homenaje a nuestra infantoadolescencia pero ojito, con algo más. Trama y guión cuidados, efectos especiales y splatter en los momentos justos van de la mano en una rendición a una cultura casi extinta ya que desgraciadamente ha pasado a llamarse o englobarse en el término ´retro´.
Visualmente no es impactante pero ayuda mucho los tonos mates de su colorido (se me viene a la cabeca un cruce entre Penitenciary / Penitenciary II, Perseguido y los Power Rangers), su banda sonora ochentera y sus constantes guiños a esos misterios que nos envolvían antaño: ¿eran reales las peleas de la WWE?. Ninguna de nuestras mentes infantiles quería que le dijeran que no y precisamente para eso viene Dark Match y las líneas de diálogos grandilocuentes (como tiene que ser) de Chris Jericho... eso sí, me sobra el digitalizado guiño final. Nostálgica pero con más enjundia de lo que pudiera parecer.
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