Me gusta escribir mediante el método del ensayo y error, esto es, volcar palabras a una pantalla en blanco cual escritura automática que brota y mana de una cansada y aletargada cabeza que busca un claro de luz en la quietud de la madrugada. A ciertas horas de la madrugada el fino tapiz que separa lo real de lo imaginado es tan fino que casi tocamos el otro lado, y los fantasmas pasan por ósmosis desde su mas real realidad a nuestra menos real irrealidad...
Cuando la mente se aisla de todo y se enfrenta a la escritura del ensayo y error, ponemos en funcionamiento ancestrales sinapsis que recorren nuestro cerebro en busca de conocimientos, palabras y vivencias que quedaron ancladas en un pasado futuro presente. Los dedos se mueven y deslizan por el teclado creando frases aparentemente significativas pero sin significado, porque son dedos movidos por tendones de cuero que yacen ya cansados de tanta expresividad inane...
La hora mágica es 5:28 de la madrugada. Temperatura ideal ni muy calurosa ni muy fría. Sosegada calma en mi entorno salvo puntuales brotes de violencia que me sacan de mi aletargado estado. Ojalá 5:28 no fuera seguido de 5:29...
Los párpados sueñan con cerrarse, y los ojos sueñan con ser tapados, porque el sueño es tan sugerente que quisiera no despertar... y por eso escribo, para no dormirme y tener que despertarme inquieto. Así que afilo los lápices que son mis dedos y establezco la frágil comunión con el otro lado para parir palabras que forman una historia que es la historia de todo y de todos; la historia que nunca debió ser contada ni nunca debió ser imaginada, por irreal que parezca.
La hora mágica es 5:28 de la madrugada. Temperatura ideal ni muy calurosa ni muy fría. Sosegada calma en mi entorno salvo puntuales brotes de violencia que me sacan de mi aletargado estado. Ojalá 5:28 no fuera seguido de 5:29...
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