Ramiro apagó nuevamente el viejo flexo que yacía apoyado en la mesita de noche. Postrado en la cama notó como la oscuridad lo invadía todo y hacía comenzar de nuevo el proceso. Lentamente notó como sus moléculas se disolvían en la nada, pasando a formar parte de la espesa oscuridad.
Llevaba realizando el mismo ritual desde hacía un tiempo indefinido... la verdad es que no lo recordaba con exactitud. Tampoco recordaba porqué comenzó aquello, ni cual fué el pistoletazo de salida... lo único cierto es que llevaba realizando aquel acto compulsivo durante mucho tiempo, quizás más del necesario.
Cada vez que apagaba la luz de aquel flexo de color rojo brillante, la oscuridad lo volvía a sumir en la más absoluta inmaterialidad. Sentía como se disolvían sus células cual existencia efervescente que fuera remojada en agua... lenta e inexorablemente. Partícula a partícula, taquión a taquión, ahora soy y ahora no. Perdía conciencia de su propia materialidad, posición o postura de cualquiera de sus miembros y progresivamente sentía licuarse en la nada, y aunque tardaba algún tiempo en no sentirse en absoluto sabía que el proceso era instantáneo desde que prácticamente se apagaba la luz del flexo.
Volvió a encender nuevamente la luz y allí se materializó de nuevo, en la sucia y amarillenta cama, que venía recogiendo sus excrementos y miasmas desde tiempos quizás inmemoriales. Se palpó las falanges artríticas de sus dedos mientras era consciente de cómo los enlaces, sinergias y ecuaciones que daban la vida y la existencia volvian a funcionar...
Ahora volvía a ser y existir encima de aquel duro colchón de rígidos muelles; sin embargo, no tardaba en volver a sentir el impulso irrefrenable de apagar la luz y disolverse de nuevo, de separarse y mezclarse entre los espacios vacíos de la realidad que constituyen la propia irrealidad; de habitar el ominoso espacio vacío entre vibración y vibración, de implosionarse para siempre en la negra oscuridad.
Ramiro apretó y desapretó el botón de encendido del flexo durante otro tiempo indefinido para encontrarse finalmente iluminado de nuevo bajo el haz caliente de luz, que reflejaba un chorro veloz de polvo inquieto que se perdía en la espaciosidad de la habitación. Aquel rito tenía que terminarse. No había vuelta atrás en todo aquello. Ni recordaba ni quería recordar... quería no sentir nada por toda la eternidad.
Así pues, tranquilo y decidido, decidió apagar definitivamente la luz del flexo y NO VOLVER A SER...
Llevaba realizando el mismo ritual desde hacía un tiempo indefinido... la verdad es que no lo recordaba con exactitud. Tampoco recordaba porqué comenzó aquello, ni cual fué el pistoletazo de salida... lo único cierto es que llevaba realizando aquel acto compulsivo durante mucho tiempo, quizás más del necesario.
Cada vez que apagaba la luz de aquel flexo de color rojo brillante, la oscuridad lo volvía a sumir en la más absoluta inmaterialidad. Sentía como se disolvían sus células cual existencia efervescente que fuera remojada en agua... lenta e inexorablemente. Partícula a partícula, taquión a taquión, ahora soy y ahora no. Perdía conciencia de su propia materialidad, posición o postura de cualquiera de sus miembros y progresivamente sentía licuarse en la nada, y aunque tardaba algún tiempo en no sentirse en absoluto sabía que el proceso era instantáneo desde que prácticamente se apagaba la luz del flexo.
Volvió a encender nuevamente la luz y allí se materializó de nuevo, en la sucia y amarillenta cama, que venía recogiendo sus excrementos y miasmas desde tiempos quizás inmemoriales. Se palpó las falanges artríticas de sus dedos mientras era consciente de cómo los enlaces, sinergias y ecuaciones que daban la vida y la existencia volvian a funcionar...
Ahora volvía a ser y existir encima de aquel duro colchón de rígidos muelles; sin embargo, no tardaba en volver a sentir el impulso irrefrenable de apagar la luz y disolverse de nuevo, de separarse y mezclarse entre los espacios vacíos de la realidad que constituyen la propia irrealidad; de habitar el ominoso espacio vacío entre vibración y vibración, de implosionarse para siempre en la negra oscuridad.
Ramiro apretó y desapretó el botón de encendido del flexo durante otro tiempo indefinido para encontrarse finalmente iluminado de nuevo bajo el haz caliente de luz, que reflejaba un chorro veloz de polvo inquieto que se perdía en la espaciosidad de la habitación. Aquel rito tenía que terminarse. No había vuelta atrás en todo aquello. Ni recordaba ni quería recordar... quería no sentir nada por toda la eternidad.
Así pues, tranquilo y decidido, decidió apagar definitivamente la luz del flexo y NO VOLVER A SER...
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