Sudoración profusa en la larga noche observando el lento transcurrir del reloj. Soñar pesadillas despierto y confundir vigilia y sueño. Angustia y agobio al sentir el golpeteo de tu corazón contra la cama. La procesión de pensamiento continúa y agota y no se agota. Quizás del otro lado dice tu cabeza, o quizás me levanto y bebo agua y orino y leo y escucho la radio y veo la tele y paseo por los fríos pasillos y me asomo a la ventana y subo la persiana y bajo la persiana y me acuesto luego y miro el reloj y quizás del otro lado...
El día sucede a la noche y camino por caminos previamente andados y conocidos; trampas, zancadillas, me caigo y me levanto y ahí estoy de nuevo, al pie del cañón durante cinco míseros minutos. La alegría es corta y ni corta ni perezosa coge y se va y me deja huérfano de paz y hambriento de sosiego. Desahogo es lo que quiero pero no lo que debo hacer y busco a mi Musa que no quiere que me desahogue. Ella es firme y me dice que todo es una pesadilla que terminará con mi muerte y que no me preocupe, que no hay pesadilla que sobreviva a una muerte.
Las minucias se hacen montañas y las montañas se hacen mundos. Me pierdo en tus laboriosos laberintos buscando la salida, y sé que la encontraré... para luego olvidar nuevamente el camino. Muéstrame el camino (si existes) que lo he vuelto a olvidar (¿seguro que era por aquí? ¿no había aquí una salida?). Por si acaso llevo mi hilo mágico que desenredo y desenredo para luego recogerlo y volver a desenredarlo. Mi Musa lleva el carrete y yo llevo el hilo y cuando se me acaba me compra más y me lo regala cariñosamente. Gracias, mi cielo...
Si me pierdo y Dios no lo quiera buscaré el cabo y trataré de seguirlo... es fácil, me digo... ya lo has hecho tantas otras veces (pienso)...
Cadena de repeticiones encadenadas y repetidas que se encadenan repetidamente.
- Maldita sea, me digo, ¿acaso no repetí ya ésta cadena?.
- Inútil, sabes que debes romper la cadena, dice mi Musa.
- Vivo sin vivir en mí nuevamente, digo yo.
- Ya vivirás, dice ella.
Y lloro hasta que reviento.
Avanzo con el día correosamente deseando la tranquilidad artificial, la que no se me otorga fácilmente, la que he de ganarme perdiendo la batalla previamente perdida.
Y de repente... ahí estás, invadiéndolo todo, absorviéndome contigo y sanando mis heridas.
Bendita tranquilidad que me acunas y me acoges con mimo. La paz sea contigo pero sobre todo conmigo; no te vayas nunca que te necesito en lo más profundo de mi ser. ¿Acaso no sabes que ese escalón es una montaña?... (y ya se ha ido otra vez).
La batalla es eterna y la lucha sin tregua. La música suena y empieza otro asalto. Voy a joderte, me digo, porque estoy supervitaminado y mineralizado y tú eres efímera y vieja. No me importan los sudores ni el esfuerzo, ni la mente que divaga ni el calor que me hace combustionar: de mí vienes y de mí vas.
Y de pronto despierto del sueño y descubro que todo ha sido una pesadilla digna de un Buñuel febril; el aire fresco entra por la ventana y me acuna en un maravilloso duermevela. 60 latidos por minuto y 100 / 60 mmHg de tensión arterial... maravilloso. Me levanto de la cama, desayuno y luego leo tranquilamente 200 páginas de un libro del tirón; me tomo una cerveza bien fría mientras como tranquilamente; luego un café bien cargado y me doy un reparador paseo. Mi cabeza está libre y clara y dedico unos minutos a ordenar mis pensamientos (ésto por aquí, aquello por allá...).
Cuando llego a casa hago el amor hasta que desfallezco y me duermo nuevamente en un arrullo tranquilizador... Dios santo, me digo, tanta paz no es buena... (y me duermo en la primera postura en la que he caído en la cama).
Y despierto otra vez...