A las 4:56 de la madrugada no existe nada. Todo está paralizado por la bruma de lo inminente pero que nunca llega. Las manillas del reloj me recuerdan que no debería estar aquí, usurpando espacio vacío a las horas muertas. Los ojos pesan y bostezan como si fueran bocas, y la boca parpadea y guiña como si fuese un ojo.
A las 4:56 no existe el fluir de la vida tal y como la conocemos, sino que todo acontece en un extraño fluir de aceite y bruma que parece no tener fin, en un quiero pero no puedo.
Con la esperanza de los condenados sueño despierto y espero que los minutos sean generosos conmigo y no se hagan de rogar más.
A las 4:56 vivo sin vivir en mí y carezco de todo aquello que me define como persona. Araño segundos al reloj y engaño los sentidos para parecer más fuerte...
Por suerte, y gracias al cielo, por fin las manecillas marcan las
4:57...