Roberta llamó insistentemente al timbre. No entendía porqué demonios tenía que romper su tarde de estudio para visitar a una desconocida familiar de la que no había tenido previas noticias en su vida. No podía quitarse de la cabeza las ojeras y rastros de lágrimas en el rostro de su madre cuando la despidió aquella mañana. Su madre se había mostrado hermética en el asunto... tenía que ir a hacer una visita a una Tía suya que extrañamente vivía en una calle por la que Roberta transitaba diariamente. ¿Acaso no era extraño que su madre no le hubiese dicho nada anteriormente?. Además, su padre tampoco le había dicho nada en vida, antes del terrible accidente que segó su vida cuando ella contaba sólo con 12 añitos.
Sea como fuere, allí se encontraba Roberta, pegada a un añejo timbre delante de una puerta que parecía que hacía años que había vivido su época de esplendor. Se disponía a darse la vuelta cuando un ruido la puso alerta. Tras varios minutos de espera, la puerta se retiró unos centímetros y por el hueco se asomó una añosa cara en penumbras que sin saber porqué le produjo un escalofrío.
La puerta se abrió del todo y la figura totalmente enlutada se retiró hacia el interior profiriendo una suerte de gruñido que a Roberta le pareció identificar como "pasa, muchacha"... Roberta dió un respingo cuando una oleada de un hedor dulzón sin identificar le asaltó las fosas nasales. Una mezcla de colonia de flores añeja y animales en descomposición sería quizás una buena definición para aquel nauseabundo aroma penetrante que con seguridad sabía que no iba a olvidar fácilmente.
Sus ojos se acostumbraron a la oscuridad y distinguieron a la ominosa figura de negro que le sonreía desde su posición estática en la mesa de centro. Su cara parecía haber vivido todas las edades de la tierra y sus profundos surcos y estrías dotaban a su cara de una especie de movimiento indeterminado que la desasosegó profundamente. Era difícil de describir, pero en su cara había cierto rasgo batracio quizás determinado por los gruesos labios carnosos que delimitaban su boca.
Con un gesto lento y parsimonioso le indicó que le diese un beso en la cara y se sentase y su sonrisa dejó escapar un aliento fétido de dientes y encías en descomposición. Aguantando el tipo, Roberta posó sus labios en la arrugada cara de su tía, dándole un beso al sarmiento de su faz, tras lo que se sentó en una silla enfrente de ella...
- Y bien..., dijo Roberta.
- Me alegro que hayas venido, niñita mía. Hacía tiempo que te esperaba.
- Mi madre no me había dicho nunca que tenía una tía en la ciudad...
- Tu madre no te ha dicho muchas cosas.
- No puedo quedarme mucho tiempo, es mi cumpleaños y Jorge me está esperando.
- ¿Jorge es tu novio?.
- Un amigo.
Durante un breve instante, Roberta distinguió algo extraño en la cara de su tía. Parecía realmente haber un cierto movimiento. Las arrugas y surcos parecían haberse cambiado de lugar y la geometría de la cara parecía no seguir reglas establecidas. Por otro lado, al acostumbrarse sus ojos cada vez más a aquella desagradable penumbra, distinguió unas pequeñas rojeces en su cara semejantes a pústulas que parecían palpitar. Sin duda la sugestión y la luz estaban haciendo estragos en sus nervios.
- Así que un amigo, dijo la Tía.
- Sí.
- No conozco amigos que tengan derecho a profanar la belleza de tu raja, niña...
- Pe..., pero, ¿qué dices, tía?. (Roberta pensó sin duda que aquella vieja estaba demenciada).
- Tu flujo me pertenece. Tu raja me pertenece y ese niñato no tiene derecho a recoger la hiel de tus entrañas. Yo llevo esperando más tiempo que él. Yo llevo esperando 18 años y el asqueroso fruto de tu vientre será entregado como está dicho.
La espina dorsal de Roberta sufrió un tremendo calambre que la inmovilizó de cintura para abajo. Un frío helado invadió sus vértebras y acto seguido éstas fueron quebrándose como huesos de siglos. El crujido fue tremendo... todas las vértebras quebrándose a la vez y pulverizándose en polvo de calcio. La estatura de la muchacha menguó visiblemente en la silla. Su cuerpo perdió prácticamente medio metro de altura, a la vez que perdió toda la consistencia que una columna puede dar. Su mente sin embargo era consciente de todo lo que estaba viviendo. El dolor alcanzó su umbral máximo y a partir de ahí se convirtió en otra cosa. Quizás lo que Santos y Místicos llamaban la divinidad...
La cara de la Tía definitivamente estaba cambiando. Su rostro era blando y grasiento y parecía chorrear y desplazarse cual sebo hirviente. Al mismo tiempo que se deformaba volvía a formarse dando la sensación de tener y no tener cara al mismo tiempo. Las pústulas habían crecido enormemente y se contraían en sístoles malignas que chorreaban pus a cada latido.
- Tú eres otra del racimo. Tú eres fruto del Segador y el Segador te reclama. Yo sólo soy un vehículo que te va a transportar a otra existencia mejor, niña... Eres afortunada porque él te reclama, al igual que todas las que estuvieron antes que tú. Tu madre tuvo tres niñas antes de tí y todas vinieron a verme, al igual que las hijas de tu abuela y de tu bisabuela. El rastro se pierde en la noche de los tiempos, niña. Yo siempre he estado aquí y siempre os he servido a todas de vehículo en éste día tan importante. Hoy es tu 18 cumpleaños y vas a ver al Segador.
Las pústulas adquirieron relieve de centímetros y sobre su superficie se perfilaron pequeñas caras, narices y ojos que gritaban con agonía. De sus pequeñas bocas no surgía voz alguna, sólo una pus maloliente de aspecto verdoso. Miles, millones de pequeñas caras que deformaban el rostro de la vieja, convirtiéndolo en un camposanto de carne en movimiento...
El resto de los huesos de Roberta se descompusieron en un instante. El cuerpo se convirtió en una goma maleable que se derramó encima de la mesa y sus mejillas se apoyaron sobre la fría superficie. En su consciencia no entendía el porqué de todo aquello. ¿Por qué su madre la había enviado a aquello?... La mandíbula de Tía Pústulas se abrió con un tremendo chasquido; los dientes retrocedieron hacia el paladar abriendo una caverna de medio metro de diámetro; la espesa saliva goteó en la mesa y se derramó hacia el suelo.
Los despojos de Roberta fueron aspirados por la boca de Tía Pústulas hasta encajarse en la comisura de los estirados labios. En segundos los hombros de Roberta pasaron hacia la tráquea de la vieja. Intentó cerrar los ojos, pero no pudo porque la ácida saliva le había derretido los párpados. Al segundo espasmo deglutorio de la garganta de la vieja, Roberta se precipitó al abismo de los Tiempos...
En su casa, la madre de Roberta acariciaba su vientre deseando para sus adentros que la criatura que esperaba fuese un niño... quizás ésta vez habría suerte.