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domingo, 15 de mayo de 2016

JUAN ANTONIO NIETO&METEK-"Umber "(OU#27lsd4; 2016)


JUAN ANTONIO NIETO, terroactivista sonoro en PANGEA, y con un currículum sonovitae de auténtico lujo, se alía con el sueco FREDRIK NILSSON (METEK) para introducir una sonda sonora en las entrañas de la tierra y rescatar el sonido de las placas tectónicas que pasan por AGHARTA... o al menos cerca de allí. La particular colonoscopia sonora es recogida en precioso digipack por el colectivo GRUPPO UNGIDO en lo que es la OBLEA UNGIDA #27 (SERIE DIFONÉMICA 4) con artwork de DAL VERME sobre una fantástica fotografía de ALMUDENA VILLAR.


Como he comentado, la biografía de JUAN ANTONIO NIETO es apasionante, y os recomiendo que visitéis los siguientes enlaces para informaros:


Por su parte, el sueco METEK lleva en activo mediados de los 80, haciendo grabaciones experimentales de ambient, noise y música industrial, con especial hincapié en los sonidos naturales y el aspecto dual de la vida (muerte). Forma el sello SPELO FELO para dar a conocer la escena underground sueca, colaborando con multitud de artistas.

UMBER en inglés es pardo, ocre, oscuro o tierra de sombras. Desconozco el significado particular que le han querido dar al término, pero para mí los 7 cortes de electrónica experimental del trabajo tienen mucho de tierra mojada, de cuevas ignotas y de cavitaciones físicas y espirituales... que no todo lo cavitado es físico (siempre diré que la cueva es reflejo de lo que de espiritual tiene el ser humano). 

Los sentimientos, las emociones y nuestro particular Vía Crucis existencial es horadado constantemente por momentos oscuros, de sombras... donde nada es negro ni blanco, sino que adquiere la tonalidad sombría de lo ocre.

Es pues UMBER un trabajo denso, sinuoso y agotador. Y digo agotador porque establece una catarsis comunicativa con el oyente hasta el punto de que lo despoja de pensamiento y emoción y lo reduce a la mínima expresión reptiliana. 

Difícil destacar un tema sobre otro y alejarlo del conjunto... porque en todo momento tengo la sensación de que la música me está tragando, engullendo hacia un miasma sónico donde permanezco un tiempo indefinido para ser regurgitado en un bolus de alimento espiritualmente audible pero ominosamente perturbador. Conforme avanzan los minutos y los acoples, chirridos y sonidos de la tierra crean su particular sinfonía espectral, mi ánimo se reduce a la nada. Estoy totalmente inmerso en unas tripas de piedra, en un tubo digestivo de caliza fría y sudosa que me está licuando con su fosforescencia ancestral. 

Quiero que la madre tierra me defeque y me dé descanso... pero eso sólo ocurre cuando terminan los cacofónicos timbres cuasi tibetanos de UMBER 7, y para entonces la adicción es tan fuerte que vuelvo al parque de atracciones otra vez, y pulso play.




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